Yo sabía que algo le pasaba. La noche anterior teníamos un recital y podíamos festejar su cumpleaños cuando pasaran las doce, pero ella no había querido ir. Tendría que haberle insistido, aunque mi hermana era de esas personas que cuando dicen no, es no. Ella amaba ir a los recitales conmigo. Me acuerdo que su primer concierto fue cuando tenía 14 años y yo 16. Mamá nos había prohibido ir. Escondió todas las llaves de casa, sin embargo eso no nos detuvo. Salimos por la ventana de su pieza y corrimos hasta tomar el colectivo. Afuera de El Círculo estaba repleto de gente esperando entrar, tomando mate y cantando. Una vez adentro todos empezamos a gritar, corear las canciones y silbar. Spinetta hizo su aparición junto con otros músicos y su hija Vera. Cantaron los temas nuevos y los clásicos. Mi hermana estaba feliz, reía y alzaba los brazos cantando a todo pulmón. En "Té para Tres" las lágrimas se me caían y sentí el fuerte abrazo de ella rodeándome la cintura. Duró tres horas. Cuando salimos eran como la una. Había valido la pena. Al llegar a casa ninguno quería pisar la entrada. Nuestros celulares tenían 10 llamadas perdidas de mi mamá. Entramos. Ahí la teníamos, sentada en el sillón y con el celular en la mano. Se paró y nos retó, pero luego nos preguntó cómo la habíamos pasado, y cuando le contamos lo maravilloso que había sido, nos sonrió y nos dijo que fuéramos a dormir. Desde ese día mi hermana fue otra. Regaló toda la ropa que tenía y comenzó a vestirse con jeans, camisas y remeras con logos de bandas.
Un día antes de retomar la escuela sentí unos golpes en la puerta de mi pieza. Cuando la abrí, no podía creer que mi hermana estuviera tan grande. Me mostró cómo iba a ir vestida y me preguntó si no quedaba muy exagerada. Estaba tan contenta de poder empezar segundo que cuando la fui a buscar no podía despegarle la sonrisa de la cara. Todavía nos quedaban unas semanitas para disfrutar del verano así que aprovechábamos después de la escuela para ir al parque o a un bar y a veces mensajeaba a mis amigos para que se trajeran las guitarras y tocábamos un rato. Ella conocía a mis amigos desde siempre, pero igual se mostraba tímida. Yo trataba de invitarla al lado mío, a aportar algo a las conversaciones, pero ella negaba con la cabeza y permanecía callada.
Una tarde la fui a buscar a la escuela y la vi diferente. Estaba más callada de lo normal y muy alejada de su grupo de amigas. Cuando grité su nombre sus amigas se dieron vuelta y me miraban distinto. No sé cómo explicarlo. Mi hermana vino corriendo a mi lado y caminamos como siempre hacia el parque. No quise preguntarle qué había pasado y ella tampoco me contó. Cuando los chicos hicieron su aparición, se pusieron a tocar un tema de Charly. Ella empezó cantar. Me sorprendió. Yo sabía que tenía buena voz pero nunca había cantado delante de ellos hasta ese día. Creo que fue una de las mejores tarde que se me vienen a la cabeza en donde la recuerdo.
Hace un par de semanas me animé a entrar en su pieza, a entrar nuevamente a su mundo. Cuando crucé la puerta llena de póster; sentí un escalofrío. Nadie la había ordenado, hacía meses que seguía igual: ropa tirada, papeles desparramados, discos en la cama. Me senté en la silla frente al escritorio. Revolví un poco los cuadernos llenos de letras de canciones, fotos y cosas que escribió. Revisé cada cuaderno, cada nota pegada en sus márgenes. De un disco de Almendra se cayó un papel doblado. Adentro encontré marihuana. En ese momento mi hermana se convirtió en una extraña para mí. Seguí leyendo los cuadernos para alejar la imagen de ella que se estaba formando en mí cabeza.
La niebla se dispersa
El tumulto de la gente
No me ve
Nadie lo hace
El sol sale
Siento calor, en mi cara
Sé que sigo viva
No soy invisible
Los rayos no me atraviesan
Ellos sí, son robots
Máquinas que siguen el ritmo del mundo
Máquinas que hacen lo mismo cada día
Máquinas que no sienten, solo humillan
No soy ellos
Siento, duele
Puñales en mi pecho
Siento que vuelo pero mis alas se cortan
Alguien las corta
Caigo, caigo y no logro detenerme.
Me quedé atónito. Al principio pensé que no lo había escrito ella. No sabía que mi hermana podía escribir algo semejante. No la conocía, no conocía su talento ni su dolor. Se sentía sola a pesar de todo. Todo lo que leí, las fotos que vi. Mi hermana estaba sola. Las lágrimas me mojaban la cara. Necesitaba salir.
Mientras caminaba por la calle, me daba cuenta de que mi hermana era la persona que menos quería que fuera. En sus cuadernos contaba cómo sus amigos se habían convertido en enemigos y la maltrataban por su forma de ser, y cómo ella había buscado refugio en otra parte. No podía contarle esto a mamá. Recordé la mañana en que dos psicólogos llegaron a casa con la policía y la ambulancia. Nos sentaron y nos preguntaron si mi hermana consumía antidepresivos. Negamos todo, pero la verdad era otra. Mamá se desmayó cuando vio las fotos. Los psicólogos ya se habían ido y los médicos nos mostraron una imagen de sus muñecas. Ahora lo entendía. Había marcas, algunas de hacía un tiempo.
Hasta el día de hoy me pregunto por qué no confió en mí, por qué no me pidió ayuda. Tal vez estando viva no la conocí, pero logré conocerla en su pieza, leyéndola, escuchando su música. Fue tarde, lo sé, pero no pierdo la esperanza de que en algún momento nos volvamos a encontrar. La recuerdo hablándome sobre la reencarnación. Si existe, tal vez la vea de nuevo y le pueda pedir perdón.